viernes, 26 de octubre de 2012

Toda la vida en una falsa realidad.

Las vistas desde mi ventana daban a la sombra de la luz, se oían las gotas de lluvia humedeciendo toda la calle. No había calor más agradable que el de la taza de mi café en mis manos. Tomé la decisión de bebérmelo antes de que se enfriara. Resultaba que aquél gris día me despertó con un café amargo. El silencio me recorría toda tranquilidad. Mi  único acompañante fue la música. Una jornada de usar y tirar, de dormirme achuchada entre sábanas.
De pronto una pequeña luz se acercaba, la claridad que marcó mi camino. Me dí cuenta de la huella que había dejado en mí; de la herida que no cicatrizó en su debido tiempo. No había mayor admiración que el de la mía hacia él, no había mejor recuerdo que el de verle sonreír, no había mejor momento que el de la capacidad que tenía de hacerme echar grandes carcajadas. De la manera en la que me trataba, de los susurros en la oreja que me dejaban el cosquilleo en todo el cuerpo, de la manera en la que me daba la mano, del don que tenía para hacerme tiritar, de la facilidad que tenía para sentirme aún más tímida.
Me volví a dar cuenta de que encima de que fuera una jornada de dormirme achuchada entre sábanas fue un día de despertarme en el suelo por la caída desde mi cama, por un maldito sueño que jamás resucitó.

No fue más que un nido lleno de mentiras.
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